La primera

Dicen que los "new yorkers" caminamos rápido, que somos odiosos y no prestamos atención a nada, que andamos distraídos entre Blackberrys y Ipods y nunca miramos alrededor; de ese caos colectivo creo que me he salvado, aunque a veces corro escaleras abajo para tomar el tren, escaleras arriba para tomar el bus y cuadras interminables para cruzar Midtown.

Casi siempre ando con mi cámara, mi cómplice de tantas historias que si no fueran captadas sonarían increíbles, he visto encantadores de serpiente, ilusionistas, extraterrestres, enanos de circo, ciguapas, he visto al mismo demonio y al mismo Dios en los ojos de la gente, aunque me he ganado improperios y cortadas de ojos, vale la pena.

No son las Crónicas de Narnia, son las mías, vivencias personales de una ciudad que amo y que a veces odio, en el asfalto han quedado mi sudor tanto como mis lagrimas, mis sonrisas y mis sinsabores, luego de tantos años caminando entre laberintos puedo decir que esta jungla de cemento me ha enseñado todo lo que debe llevar un explorador en su mochila.

Esas incongruencias que me dejan atónita de carteras Gucci bailando frente a caras miserables que tienen días sin comer, la intolerancia de la gente hacia lo desconocido, el racismo y la xenofobia, no al color de la piel sino al olor de las distintas comidas.

Entre tanto caminar siempre encuentro al ser humano, obra perfecta en lo imperfecto, cafeína, rush hour, stress e ignorancia mezclados con el perfume más caro, con la bolsa de valores, con el trabajo forzado, con los amaneceres cargados de entregas de pan de 6 de la mañana, con tanto y tan poco.

De las historias que mas me chocan y las que me hacen aprender, están las de estas almas perdidas, que nadie quiere oler para no infectarse, que todos critican sin saber por qué un día se rindieron o por que el sistema los margino, pero culpa no podemos culpar a nadie, a veces con tantas cosas somos tan miserablemente existentes que lo único que tenemos es la culpa para echarle a los demás.